Velita
Casi 89 años. Curtida en mil batallas, en una vida que estuvo marcada en su primera mitad por el trabajo a destajo de aquella horrible postguerra, y en su segunda mitad por todos los males habidos en un tratado de medicina y que su cuerpo parecía atraer como un imán. Pese a todo, resiste hasta este mismo instante en que escribo, como resisten los pocos que quedan de aquella generación dura como las piedras, quizá porque piedras es lo único que les lanzó la vida. Puede presumir de que, después de haber padecido las mil y una, se va a marchar, simplemente, por la edad. Apagándose como una velita. Casi casi consumida, su cuerpo todavía remonta una y otra vez las embestidas de la fisiología, sin resignarse nunca a la hora que parece llegar pero no termina de llegar.
Como una velita. Su luz fue la de una antorcha, con carácter, con cuerpo, con brío. Nunca se le puso nada por delante. Ahora, tras casi 9 décadas brillando, simplemente, ya no queda cera para arder. Se apaga poquito a poco, plácidamente. Pese a que nunca es agradable ni facil de aceptar, todos sabemos que su luz se extinguirá en cualquier momento. Ella misma lo sabe. Aunque en el fondo tenga miedo de pasar al otro lado (¿quién no lo tiene?), tampoco le quedan fuerzas ni ganas. Me atrevería a decir que ella misma no encuentra mucho sentido a prolongar su estancia en esta tierra. A fin de cuentas, ya lo ha hecho todo, lo ha visto todo, lo ha sentido todo. No le queda nada por hacer. Su hoja de servicio está completa; cuántos quisieran poder despedirse de la existencia con tantos años y tanta vida a sus espaldas. Ha sobrevivido a su marido, el abuelo, durante quince años; hace tiempo me confesó que lo echa mucho de menos y que quiere reunirse con él. No la culpo: es normal. Sólo espero que, ya que tiene la firma echada, su tránsito hasta las verdes praderas sea todo lo agradable que la medicina y el cariño de los que la rodeamos puedan hacérselo.
Duérmete tranquila, gordita. Ya me has mirado a los ojos y he visto que estás en paz. No sé si en el cielo tendréis internet, pero sé que esta carta te llegará en cuanto aparezcas allí.
El abuelo te tiene ya preparada una casita, allí arriba, con las paredes blancas y un poyo de piedra junto a la puerta, donde todas las mañanas dará el sol. Ve con él. Algún día (espero que dentro de mucho tiempo), volveré de visita por casa de los yayos, como cuando era pequeño.
Hasta entonces, descansa, ABUELA. Me alegro de haberte conocido.
Como una velita. Su luz fue la de una antorcha, con carácter, con cuerpo, con brío. Nunca se le puso nada por delante. Ahora, tras casi 9 décadas brillando, simplemente, ya no queda cera para arder. Se apaga poquito a poco, plácidamente. Pese a que nunca es agradable ni facil de aceptar, todos sabemos que su luz se extinguirá en cualquier momento. Ella misma lo sabe. Aunque en el fondo tenga miedo de pasar al otro lado (¿quién no lo tiene?), tampoco le quedan fuerzas ni ganas. Me atrevería a decir que ella misma no encuentra mucho sentido a prolongar su estancia en esta tierra. A fin de cuentas, ya lo ha hecho todo, lo ha visto todo, lo ha sentido todo. No le queda nada por hacer. Su hoja de servicio está completa; cuántos quisieran poder despedirse de la existencia con tantos años y tanta vida a sus espaldas. Ha sobrevivido a su marido, el abuelo, durante quince años; hace tiempo me confesó que lo echa mucho de menos y que quiere reunirse con él. No la culpo: es normal. Sólo espero que, ya que tiene la firma echada, su tránsito hasta las verdes praderas sea todo lo agradable que la medicina y el cariño de los que la rodeamos puedan hacérselo.
Duérmete tranquila, gordita. Ya me has mirado a los ojos y he visto que estás en paz. No sé si en el cielo tendréis internet, pero sé que esta carta te llegará en cuanto aparezcas allí.
El abuelo te tiene ya preparada una casita, allí arriba, con las paredes blancas y un poyo de piedra junto a la puerta, donde todas las mañanas dará el sol. Ve con él. Algún día (espero que dentro de mucho tiempo), volveré de visita por casa de los yayos, como cuando era pequeño.
Hasta entonces, descansa, ABUELA. Me alegro de haberte conocido.
2 Comments:
Después de leer este post, quisiera decirte mil millones de cosas, pero las palabras no me llegan. Así que te doy un abrazo y me quedo en silencio.
Mi abuelita se murió en diciembre del año pasado.
Hoy tuve ganas de pasar a visitarla por su casa. Fué un segundo casi eterno lo que tardé en reaccionar, en darme cuenta de que estaba muerta. Fué raro. Raro en serio.
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