Saturday, May 05, 2007

Jotaeme

43 años. A primera vista, me hubiese atrevido a decir que tenía diez más. Profundas líneas marcadas en la frente, reflejo no de la edad, sino de un gesto de sufrimento que a mí se me antojaba más que evidente.

Le conocí en una reunión. Nuestra condición laboral nos iba a deparar un día de obligaciones conjuntas. Fue afable desde el primer instante. Imagino que no se me notó ninguna mirada de intriga, pero tenía la corazonada (que no certeza) de que tras aquella vis esforzada se escondía alguna procesión intestina.

Calculando en qué años debía de tener el los míos, y como envidioso histórico que soy de cualquiera que viviese sus diecimuchos y veintitodos en el Madrid de los años 80 , le abordé con el tema. Si bien traté de no parecer el típico y tópico pazguato que se ha formado una idea de aquello por los tele-momentos que le hablan de "Movida" y "transición", sí que dejé entrever que no andaba cojo en información sobre el cosmos sociocultural de aquella época y de aquel lugar. Ya desde el primer momento, en el que le taché de afortunado por haber podido vivir dicha época y en dicho lugar, la tristeza le brotó de un borbotón, afirmando que para muchos no fue tan bonito como lo pintan. Por supuesto que, a continuación, y a instancias mías para relajar el posible tenso ambiente, hablamos de grupos, de conciertos míticos, de lugares de encuentro y esparcimiento, de oferta de ocio, de mecenazgos ante los que quitarse el sombrero... Pero al final pasó lo que tenía que pasar; insisto en que debo de tener cara de psicólogo-confesor, porque al cabo de un rato, cuando estimó en mí a un interlocutor válido para recibir aquella carga informativa, lo soltó. Desde los veinte a los treinta: los diez mejores años de subida a lomos del "burro", como lo llamaba él. Me habló de amigos caídos, de cómo dejó de merecer la pena enseguida, de anécdotas truculentas que serían risibles por lo absurdo si no tuviesen la dramática carga de una juventud muriendo a marchas forzadas. El sabe que tuvo suerte, que muchos no salieron de aquello conservando un buen trabajo como él, que pudo ir a limpiarse a su pueblo durante un año y medio, que aquello forma ya parte del pasado... Pero se lamenta incesantemente de las consecuencias que ha tenido que pagar por aquello. Especialmente de que se le partiera la cabeza, en sus propias palabras. "Después del infierno, la locura", me dijo con una mirada baja y triste al suelo. Días después, alguien me comentó que todo el mundo sabía de los pademientos psiquiátricos de Jotaeme. Resoplé aliviado, dando gracias por el mal menor, queriendo creer que casi es preferible la fama de loco que la de yonki.

Sea como fuere el asunto, me alegro de hablerle conocido. Me pareció una bellísima persona, con valores internos, con ideas. Quizá algo acomplejado como cualquiera al que han desplumado de algo de valor al pasar por caja, pero aún con ilusiones. Hablamos sobre el cómic, sobre cuanto le han gustado siempre y sobre que la gente le anima a relatar sus memorias en uno igual que yo le animé a escribirlas en papel.

Me alegro de que salieses de aquello, Jotaeme. Lamento que te dejases tantísimo por el camino, pero sigo pensando que aún tienes un camino. Fue un placer compartir aquel día contigo y puedes seguir tranquilo: tu secreto quedará a salvo conmigo, bajo las farolas del Malekón. A fin de cuentas, mis acompañantes de paseo son escasos pero discretos. Además, nadie ha dicho nada de nadie, en realidad.

Te debo una visita al trabajo. Cumpliré.
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P.d.: Cuando yo tenía una emisora, dedicaba canciones. Si aún la tuviese, pincharía para ti esa canción de ALARMA!, que te hizo entrar en trance místico en aquel festival de hace veinte años. "Es bueno para ti... Es bueno para mí..."

1 Comments:

Blogger La estatua del jardín botánico said...

Tú sigues teniendo una emisora. Si tengo alma, se estremece leyendo tus ondas y se convierte en antena receptora e incluso emisora. Besos.

5:04 AM  

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