Wednesday, August 01, 2007

Adios, compañeros de fatiga

Espoleado por un reciente post de mi amiga, La Estatua Del Jardín Botánico, en el que departía acerca de cierta prenda íntima, me he animado a escribir este artículo, que (dicho sea de paso) va resultar bastante menos trascendente de lo que acostumbro. Pero, ¡qué demonios! ¡También es verano para mí! Me voy a permitir la frivolidad...

Como tantos chicos de mi generación, inspirados por cierto bufón mediático al que en los noventa veíamos como a un ídolo (el Príncipe de Bel Air, por si alguien no cae en la cuenta), yo también tuve unos calzoncillos mágicos. Mejor dicho, he tenido muchos, según las épocas, las tallas y los modelos pasaban por mi vida. Dentro del cajón de la ropa interior siempre había unos favoritos. Esos que te ponías en las ocasiones especiales; pero especiales de verdad, nada de comidas familiares: eran los de ligar. En realidad, creer a una edad de, digamos, 13 años, que quizá necesites estar deslumbrante en ropa interior por si esa noche te acaban viendo así... la verdad, es ser muy ingenuo. Pero el caso es que, al igual que con esos pantalones con los que te veías tan bien, con aquella camiseta tan llamativa o con tus zapatillas más flamantes, te sentías bien, guapo, digno de recibir atención. Te sentías seguro de ti mismo.
Y aquello era algo maravilloso. Nada importa que te estuvieses haciendo la engañufla a ti mismo. No es una mala excusa para poner tu autoestima al máximo nivel. Si estuviésemos hablando de drogas u otras acciones dañinas sería otra cosa... Pero vestirte con lo que más te gusta no hace mal a nadie.

Después llega un momento en el que te haces mayor, y los encuentros íntimos sí tienen lugar. Y bien es cierto que, durante un instante, te pones a pensar "¿Estaré atractivo con estos gayumbos?", pero las experiencias te van enseñando que esos pensamientos se te olvidan tan rápido como se eleva una nueva llamarada de pasión y deseo. A fin de cuentas, en muy malas condiciones tienen que hallarse las prendas íntimas de alguien para que su "partenaire" se eche atrás ante su contemplación.

Hoy quiero rendir homenaje a mis últimos calzoncillos mágicos. Gayumbos preferidos. Calzones de la suerte. Llamémoslos de cualquier modo. Hoy era el día de su jubilación. Pobres, no daban más de sí. He de admitir que les he obligado a estirar su hoja de servicios más de lo acostumbrado, pero es que les tenía mucho cariño. Supongo que porque estuvieron conmigo en mayor número de aventuras que otros de sus congéneres. Ahora que lo pienso, quizá fueron los que en más ocasiones fueron contemplados por ojos ajenos en momentos sensuales. Quizá porque me los ponía con asiduidad, subconscientemente, en días especiales en los que esperaba de la noche algo más que alcohol y música.
Sobre todo, el afecto que les profeso se debe a que estuvieron alrededor de mi cuerpo en el momento amoroso más trascendental de mi vida. De aquello hace hoy año y medio. Me parece un buen momento para firmarles ese retiro más que merecido.

Sé que serán los últimos. Las cosas ya no son igual. Supongo que ahora mi autoconfianza se sustenta sobre otros elementos más sólidos y menos tangibles .En cualquier caso fue hermoso pensar que algo mágico podía suceder cada vez que me enfundaba aquel pedazo de tela elástica de color verde azulado que llevaba serigrafiados al coyote y al correcaminos. Me gustaba pensar que el coyote era la mala suerte, que no podría alcanzarme, porque yo era el correcaminos, que llegaría sonriente a su destino.

Adios, compañeros de fatiga. Volved al pais de la magia del que vinisteis.
Os echaré de menos.