Tuesday, September 25, 2007

Cuatrilogía. 4ª parte. Vuelvo a casa

Por fin. Lo que le sucedió a mi hermano del alma no fue sino el reparto ecuánime del padre karma como premio a dos temporadas largas y angostas. A mí me tocó un par de semanas antes. Una llamada de teléfono. La oferta que había estado esperando desde que desembarqué en esa gran ciudad que nunca me gustó. Las condiciones eran inconmensurablemente golosas para mí. Una hora de consultas y gestiones y mi respuesta afirmativa. El día 31 de agosto cerré la puerta de mi coche, repleto con el último viaje de mudanza, y enfilé la autovía de vuelta a mi hogar. Mientras me alejaba, miré por el retrovisor. Ya le había hablado a la ciudad en más de una ocasión, sobre todo en los últimos días, despidiéndome de sus imponentes e ingratas calles. Esta vez le dediqué una mirada cómplice tras las gafas de sol y fui breve. "Ambos estamos mejor sin el otro. No te echaré de menos".

Y volví. Nadie podrá tener ni idea de la energía desbordante que superaba con creces al cansancio del madrugón, la mudanza y el viaje. La alegría que sustituyó a la sangre corriendo por mis venas. No era yo. Al menos, no como a principios de ese mismo mes. Volvía a ser el yo al que arrancaron de sus raíces casi un año atrás. Me sentía como si volviese de la mili. Fue algo maravilloso quedarme plácida y confortablemente dormido en mi cama, mirando mi tele en su rincón, del que se había ido un año antes para marcharse conmigo. Como si nada de aquello hubiese pasado; como si se hubiese tratado de un mal sueño.

Y así cerré los ojos, dando por cerrada una época de mi vida que me enseñó algunas cosas, que me dió muy pocas y me quitó muchas otras, pero que, al fin, MORÍA.

No le mentí. No la echo de menos.

Qué ganas tenía de decir esto: FINAL FELIZ

Cuatrilogía. 3ª parte. Brother's Flying Away

Cuando me llamó, apenas podía expresarse por la excitación. A Canadá. A realizar uno de los trabajos que más le podía gustar en la vida; uno de esos que, en nuestra infancia, soñábamos con que existieran algún día. Todo limpio, todo en orden, sin trampa ni cartón. No lo pensó ni un minuto. Los escasos días de lapso entre la oferta y su incorporación los pasó liquidando y cerrando cuentas de una vida que durante más tiempo del psíquicamente recomendable lo ha mantenido atornillado a un lugar y a unas circunstancias que aceptó con valentía y honor pero que no eran plato de su gusto. Probablemente, del de nadie.

Sobra decir que la nostalgia también se me asomó al corazón tras escuchar sus palabras, pero esa lagrimita de mi interior se disolvió en el mar de júbilo que sentí por empatía. Lo único que pude decir en su momento es lo mismo que le dije antes de subirse al avión y exáctamente lo mismo que puedo decir hoy, semanas después, tras conocer lo maravillosamente que le van las cosas: ENHORABUENA, HERMANO. TE LO MERECES.

Cuánto lo echo de menos no es nada comparado con la felicidad que siento porque él, al fin, esté bien. Esa es mi forma de querer. Y lo quiero muchísimo.


Vaya, me parece que este año, Dios y dinero mediante, tocan vacaciones en Canadá.
Mentiría si dijese que no me gusta la idea ;)

Cuatrilogía. 2ª parte. Aguas Calmas

No me avergüenza decirlo. Los escasos días de vacaciones de este año en los que pude pagar por ir a sitio alguno los pasé, felizmente, en un balneario. Tengo amigos que dicen que eso es de viejos y que ya tendré edad de ir a esos sitios. Yo les contesto argumentando que, a mi entender, no hace falta esperar a estar hecho un trapo para disfrutar las ventajas de un lugar en el que te cuidan el cuerpo. Claro que, según para quién, el único tipo de diversión del que una persona joven tiene, moralmente, derecho a disfrutar es el de la noche y las juergas. Nada de cuidarse. Castigos hepáticos y punto. Muy bien; allá ellos. Yo sé que, entre aquellas aguas burbujeantes, en aquellas camillas de masaje, degustando aquella dieta específicamente pensada, yo TAMBIÉN fui feliz. No es ni mejor ni peor que las fiestas del pueblo. Tan sólo es diferente. Y complementario. Claro que los hay tan obtusos que no pueden creer que en el mismo cielo se alternen la noche y el día.

Peor para ellos. Porque yo sé lo que viví allí. Y me gustó.

Monday, September 10, 2007

Cuatrilogía. 1ª Parte. Las Fiestas del Pueblo

Porque sientan bien.
Porque una vez al año, lejos de hacer daño, sientan muy requetebién.
Porque uno se lo merece.
Porque es mentalmente higiénico dejar el "estiramiento" de esta sociedad globalizada y protocolaria durante unos días y entregarse a los placeres de pertenecer a la estirpe del GA-ÑAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAN!!!
Porque a uno le hace sentirse alguien andar por la calle y tener nombre y casa: "Mira por donde va el chico de la Menganita"; "¡Hay que ver que mayor está la chica del Fulanito!"; y un precioso etcétera que, si bien como norma exasperaría a cualquiera, durante unos días al año te otorga el título de POSEEDOR DE UNAS RAÍCES Y DE UN LUGAR EN EL MUNDO.
Porque es enternecedor encontrarse con gente a la que hace un año que no ves (y con la que quizá no hagas mucho esfuerzo por mantener el contacto durante el resto del calendario) y comprobar lo rápida y maravillosamente que se calienta el compadreo con abrazos y conversación al amor de la sombra de color ambar que proyecta un botellín de cerveza atravesado por el cómplice sol de mediados de agosto.
Porque pocas cosas inyectan más alegría por vivir que la propia alegría por vivir, hija legítima del cariño lujurioso por la diversión, los amigos y las ganas de ser, rural, festiva y temporalmente, JOVEN, LIBRE y FELIZ.

Por eso y por un millón de razones más, ¡¡VIVAN LAS FIESTAS DEL PUEBLO!! Las del mío. Las de cualquiera. Pero que vivan.